
Si hay algo que es innegable es la potencia de crecimiento de la ciudad de Puerto Madryn más allá de cualquier cálculo.
Eso requiere algo de audacia para poder anticipar de alguna manera los ingentes problemas que se precipitan producto del este crecimiento.
Hace pocos años atrás la gran tarea estaba en evitar las inundaciones que colapsaban la ciudad. Con el agua bajando desde los barrios más altos y las bardas hasta el centro, cada tormenta nos recordaba a los civilizados humanos que las cárcavas no eran diseños estéticos de la naturaleza sino el camino natural del agua en su escorrentía hacia el mar.
Este tema se comenzó a abordar de una manera más estructural y una de las medidas más efectivas – aunque faltas otras – fue la construcción de la zanja de guardia en la zona sureste que permitió el desagote de las zonas más altas y a la vez evitar que tras grandes precipitaciones la enorme masa de agua baje hacia el mar barriendo con todo a su paso.
Este ejemplo viene al caso para tratar hoy el tema del viento y alguna de sus consecuencias severas como es la contaminación con la tierra en suspensión que avanza producto del propio desmonte y los trabajos que se realizan en la tarea de ganar espacio para la urbanización.
Si bien es imposible pensar en contener esta característica natural de nuestro clima, si es posible prever algunos procesos de mitigación de sus consecuencias.
La necesidad de asfaltar mucho más rápidamente los sectores en expansión (hay sectores que llevan años esperando) y la cantidad exponencial de vehículos que circulan por las calles de la ciudad con una frecuencia cada vez más intensa están llevando a los ciudadanos de algunos barrios a vivir en una nube de tierra.
La creación de nuevos barrios está poniendo de manifiesto que no solo habrá que pensar en llegar con los servicios adecuados, sino también planificar la urbanización con las calles y asfalto como corresponde a una ciudad que se expande de una manera exponencial. Hasta la próxima.