
Nadie puede sustraerse de los acontecimientos que se sucedieron con el campeonato mundial de futbol, ni siquiera aquellos que son totalmente indiferentes al este deporte. El festejo desbordante de millones de personas dejó mucha tela para cortar sobre qué es lo que puede provocar tanta efusividad y despliegue de felicidad colectiva.
Este fenómeno plural puede tener muchas explicaciones plausibles, entre ellas se destacan el cariño que estos ídolos de futbol han despertado por su esfuerzo y trabajo en equipo. Por la capacidad de superar situaciones adversas y también por establecer un diálogo directo con los hinchas sin mediaciones de ningún tipo, ni siquiera las políticas.
Pero quizás haya algo más que está presente en ese corazón que nos identificó a todos y que nos puede servir no solo para el futbol sino para la vida y la ciudad más en general: el respeto por la propia identidad.
El bellísimo y sentido relato del escritor Hernán Casciari titulado “La valija de Lionel” que recomendamos de manera entusiasta, fija con profundas palabras el sentimiento que le provocaba a él – también emigrado a España – escuchar al rosarino no cambiar ni la letra, ni el tono de su forma de hablar, en medio de las presiones de ese mundo que lo había cobijado desde muy pequeño. El secreto también ha sido, de este genio deportivo, haber defendido durante más de veinte años su profunda identidad.
Un jugador que ha triunfado en el mundo global porque supo mantener su propia manera de ser, su lenguaje y su tradición familiar. Gran aprendizaje si pensamos en la manera de presentarnos al mundo en una sociedad como Madryn que recibe ciento de miles de visitantes y turistas por año y que claramente buscan estos rasgos de identidad más que las copias de aquellas cosas que ellos ya hacen y bien.
No necesitamos parecernos a nadie más que a nosotros mismos: en los estilos de nuestras construcciones (que tienen una larga tradición), ni en los conceptos urbanísticos. Un buen punto de partida para pensar de una vez por todas una ciudad con una identidad y que sin embargo hoy refleja un eclecticismo sorprendente cuando se mira al espejo.
Por Diego Pérez