
El MALACARA era un potrillo que fue robado por los indios en 1883, en un viaje a la cordillera, John Daniel Evans lo encuentra perdido y lo reconoce como el potrillo de un vecino suyo. Desde un primer momento hubo un entendimiento especial entre el caballo y su nuevo jinete, John Evans.
El MALACARA había sido amansado por el indígena y entrenado especialmente para bolear y para correr en terrenos desparejos.
El 4 de marzo de 1884 de pronto se oyó el alarido de guerra y la atropellada de los lanceros indígenas. Ese aciago día los compañeros galeses de Evans -Parry, Hughes y Davies- fueron masacrados por los indígenas, y Evans logró salvar su vida gracias a su caballo, el MALACARA.
Evans clavó la espuela en las costillas del MALACARA, rompiendo el primer círculo de lanzadores, saliendo del alcance de los indígenas. Unos trescientos metros más adelante corría un hondo zanjón, de casi 4 metros de altura. Evans, en un intento desesperado, espoleó al caballo, que obedeció a su orden, saltando al fondo del barranco. Cayó con las patas abiertas. De repente y en forma milagrosa, se levantó dando un brinco y, sin detenerse, franqueó un barranco más bajo. Evans logró salvar su vida. El fiel caballo marchó durante 3 días, hasta que perdió los cascos. Evans logró llegar hasta el puesto más cercano a Rawson y cambiar de caballo. Regresó al “Valle de los Mártires” para dar sepultura a sus compañeros, y volvió por el
MALACARA.
Luego de recuperado el caballo, este fue reclamado por su dueño original, a quien Evans le ofreció todo lo que tenía para comprárselo. Como se negara, finalmente fue el pueblo quien decidió que el Malacara fuera de Evans. A partir de ese momento, la vida del caballo quedó íntimamente unida a la de su dueño, a quien acompañó en todas las nuevas expediciones que emprendió. Durante muchos años el MALACARA llevó a los hijos de Evans hasta la Escuela N° 18, a veces iban hasta 3 juntos.
En 1909, el MALACARA vivía su vejez cerca de la casa, yendo todas las mañanas hasta el alambrado que cercaba el molino en busca de su ración diaria de afrecho. Una mañana de invierno Evans vió que el cajón de afrecho aún estaba intacto, y temiendo que algo le hubiera ocurrido se dirigió hasta la zanja helada por donde corría el agua que alimentaba las máquinas del molino. Allí lo encontró muerto. Trató de saltarla, pero su cuerpo patinó en el hielo y cayó con la cabeza abajo de la paleta.
Cerca de la casa (hoy museo) había una enorme piedra, que hoy es su tumba, donde descansa a la sombra de los sauces, al son del canto de los pájaros.
Vivió aproximadamente 32 años. En su tumba Evans hizo grabar la piedra con la siguiente inscripción:
AQUI YACEN LOS RESTOS DE MI CABALLO EL MALACARA QUE ME SALVO LA VIDA EN EL ATAQUE DE LOS INDÍGENAS EN EL VALLE DE LOS MARTIRES EL 4-3-84 AL REGRESARME DE LA CORDILLERA.